Leonardo “Buby” Rozenblum: “La solidaridad no está entre paréntesis, es de puertas abiertas

06/Abr/2017

Semanario Hebreo, Ana Jerozolimski

Leonardo “Buby” Rozenblum: “La solidaridad no está entre paréntesis, es de puertas abiertas


A “Buby” Rozenblum se lo conoce claramente en la colectividad judía uruguaya como el exitoso empresario fundador de “Motociclo” y como el primer Presidente de “Tzedaká”. ¿Qué hay detrás de ello? ¿Cuál es su historia? ¿Es eso lo principal en su vida?
Para acercarnos a los detalles, nos reunimos con Buby en su departamento. Miriam, su esposa y compañera de toda la vida, nos acompañó en parte de la entrevista, aunque su presencia clave en la vida de Buby, era evidente también cuando no estaba en el salón.
Este es un resumen del diálogo mantenido.
LA FAMILIA
Buby, comienzo por una pregunta que bien podría sr la última, el resumen. Si te paras a resumir lo que has logrado hasta ahora en tu vida ¿cuál es tu mayor orgullo?
Está bueno eso…Y te diré que no tengo dudas: mi mayor orgullo es mi familia, tanto desde el punto de vista de los ancestros como de los descendientes. Orgullo de mi madre, de mi padre; también de mi esposa, y un gran respeto y amor por ella, y de mis hijos y mis nietos. Tenemos cuatro hijos y 15 nietos, entonces imagínate que es un familión impresionante, cuando nos juntamos todos la mesa no alcanza, hay que hacer un agregado.
¿Están todos en Uruguay?
Los hijos sí, los nietos no. Ya no es fácil juntarnos todos, pero una o dos veces por año se da, en verano en Punta del Este o en Pesaj o Rosh Hashana. Algunos de los nietos están estudiando o trabajando en el exterior. Por ejemplo, Marcel viaja 40 semanas por año por el tenis, entonces es muy difícil que esté acá.
Marcel Felder, exitoso tenista….ya hablaremos de él. Cada uno de ellos seguramente es un mundo en sí mismo. ¿Qué es lo que tú quisiste transmitir para que sea el común denominador de todos?
Una de las cosas básicas es el respeto por el apellido, cuidar la honorabilidad, la honradez, ser buena gente, ser solidario y ser amigo. Básicamente son esos cuatro pilares.
Y cuando ves a la familia reunida, parcial o completamente, ¿decís: “lo logré”, o todavía hay cosas para enseñar? Porque no depende solo de lo que uno hace cómo salen los hijos o los nietos…
Sí, no hay duda, cada uno tiene su estructura. Nunca termina, es una tarea infinita que nunca termina, siempre tenés que estar diciendo, explicando, hablando y dando el ejemplo. Básicamente es dando el ejemplo.
Y cuando tratás de inculcar valores, ¿inevitablemente llegás al ejemplo de Don Jaime, tu papá? La gente a la que pregunté me decía que era un hombre interesante y luchador, arreglando bicicletas, saliendo adelante…
Sí, absolutamente, él era un ejemplo, lo sigue siendo hoy en día. Falleció hace seis años y medio y es ejemplo cada día, sus dichos, sus palabras, su filosofía de vida, su respeto por todos, su paciencia para hablar y escuchar a todos -no solo la familia, en general-. No hay dudas de que es nuestra base.
¿Qué aprendiste de él?
El tema del apellido. Para él era fundamental que el respeto estuviera en defender la honorabilidad y la honradez del apellido, hacer todo el día buenas acciones.
Imagino que habiendo llegado de Europa de jovencito, su primer desafío fue abrirse camino para sustentarse.
Así es. Llegó de Europa en 1931, con diez dólares, a los 19 años. Vino con estudios en una escuela industrial en Białystok, Polonia, y con sus manos fuertes, como él decía. Empezó a trabajar en un taller de bicicletas en la calle Convención. A los ocho o diez meses se independizó y abrió un taller propio en Pedernal y General Flores en donde reparaba bicicletas y primus. Así empezó, de la nada. Empezó a crecer y a trabajar, mucho.
¿Se sentía un luchador o para él era lo más normal?
Era natural, no en él sino en todos los inmigrantes. Para todos los europeos y los judíos que vinieron en aquella época, de cualquier parte del mundo, era natural luchar, todos tenían claro que a nadie le iban a regalar nada. Él llegó solo, empezó a luchar y a los dos años pudo traer a su madre y a su hermana.Tenía un hermano al cual había dejado de ver cuando tenían cinco o seis años porque se había ido a China, a Harbin. Al final vino a Uruguay
Qué extraño, en aquellos tiempos era poco común hacer un viaje así, a China ¿no?
Cierto…pero viste que las familias, en aquella época, por el hambre y la necesidad de progresar hacían lo que podían.
¿Y su papá?
Ya había muerto, cuando él tenía cinco años. La mamá se había casado con otro señor, que era panadero.
¿Tu papá volvió alguna vez a Polonia?
No, nunca más. Pero yo fui con Mirta hace como diez años en búsqueda de las raíces. Lo primero que me dijeron cuando llegamos fue: el 95% de la gente que viene a Polonia en busca de sus raíces, no las encuentra, así que prepárese.
Físicamente, destruidos…
Claro. Pero él me había contado del pueblo en el que él vivía, que se llamaba Starovietchik, que estaba a cuatro kilómetros de Białystok, que es una ciudad industrial muy importante en Polonia. Él iba a la escuela en Białystok, patinando cuatro kilómetros sobre el río congelado en invierno. En base a los relatos de mi padre, sobre el pueblo, fuimos y encontramos, increíblemente, no la casa donde vivía, pero sí la panadería donde trabajaba su padrastro, muy destruida pero la encontramos. La sinagoga a la cual iban ya no existía, pero encontramos a un escritor que había escrito un libro del pueblo. Se lo compramos y se lo trajimos a mi padre. Él ya tenía dificultades para leer en polaco, después de tantos años…
¿Y por qué nunca volvió?
Él no era un gran viajero. Fue a Israel creo que una vez y ahí a Europa, pero no le gustaba mucho viajar. Iba a Córdoba, a Brasil, pero no emprendía un viaje de tres o cuatro semanas.
EL HOGAR
Todo eso era el prólogo, digamos, del hogar en el que tú creciste. ¿Sentías que era un hogar de inmigrantes?
Sí, obviamente. Era un hogar judío, se hablaba idish. Mi mamá era descendiente de rusos pero había nacido en Argentina, en Bernasconi, que es una de las partes de los “gauchos judíos”. Nosotros vivimos en Montevideo hasta que yo tuve dos años, después fuimos a Colonia Suiza. Mi papá puso un taller allá, y ahí vivimos hasta que tuve 10, 11 años. Se hablaba idish, en la práctica estábamos un poco desconectados de la colectividad porque éramos sólo cinco familias judías. Nos juntábamos, pero claro que no era lo mismo que estar en Montevideo donde la colectividad era muy fuerte. Cuando volvimos, en 1950 o 1951, empezamos a conectarnos enseguida: Macabi, Stari, Hanoar, Hebraica…
Y hasta ahora seguís siendo deportista, ¿vas todos los días?
Todos los días, no existe un día que no haga deporte. A Hebraica voy todos los días.
En tu casa sentías que era una familia que, por un lado, se intentaba insertar en la sociedad pero, por otro, mantiene el mundo de Europa?
No, no. Era una familia uruguaya típica, clásica, de clase media, trabajando y luchando. No era una familia europea.
¿Y en qué sentido dijiste en forma tan firme cuando te pregunté si era un hogar de inmigrantes que sí lo era? ¿Por el idish?
Sí, claro. Tampoco era una familia religiosa, nunca lo fue…
El judaísmo pasa por otro lado.
El judaísmo no pasa por la religión, hoy en día lo tenemos más que claro, a pesar de que ahí disiento un poco con Mirtha, que viene de una familia más observante, de comer kosher y todo eso…
Hay diferentes formas de vivir el judaísmo.
Sin duda, totalmente. Estamos absolutamente integrados a la comunidad y yo soy agnóstico… parece una incongruencia, pero no tiene nada que ver.
TZEDAKÁ
Creo que uno de los valores básicos es la solidaridad, tanto dentro como fuera de la colectividad…
La solidaridad, como bien decís, no es solo a nivel comunitario, sino a nivel nacional. Te golpean la puerta con problemas de una escuela de no sé dónde y vos intentás apoyar todo lo que puedas. También por cierto dentro de la colectividad.
La solidaridad no está entre paréntesis, es de ventanas abiertas. Creo, sí, que el judío es solidario por naturaleza, lo tiene por debajo de la piel, aunque hay excepciones por las que a veces nos enojamos mucho .Hay que ir a buscar lo positivo. Pero los judíos, creo que por la historia que tenemos, somos más solidarios que otros pueblos, me parece a mí.
Un punto clave fue la crisis del 2002, tras la cual se creó Tzedaká.
Así es. Quince instituciones eligieron a quiénes querían que estuvieran presentes en el board, y había que cumplir una determinada condición: había que poner 5.000 dólares como contribución.
Si no ponías, no podías integrar el board. Lo primero que había que hacer era poner el dinero, que era la parte inicial para ayudar, porque había que hacerlo inmediatamente, había niños en la calle limpiando parabrisas, había señoras que comían comida para perros. Había cosas dramáticas, tremendas. Tzedaká se empezó a formar en 2002 pero se constituyó en febrero o marzo de 2003.
¿Qué fue lo más difícil que viste ahí?
Ese tipo de cosas, niños que salían a limpiar parabrisas, señoras que venían para plantear un problema y te decían que no tenían nada, que lo único que hacían era comer comida para perros, que les hacía bien porque por lo menos comían proteínas. Imagínate la psiquis de esa persona. Muchas familias viviendo en asentamientos, a las cuales fuimos a visitar… Eso fue más adelante, no en los primeros años, fue después de los tres años. En un concepto equivocado, pensamos que si tomábamos contacto con la gente que tenía problemas era como invadir la dignidad de ellos. Después nos dimos cuenta de que era un error, porque tenían la necesidad de sentir que los visitabas, que hablabas con ellos y que los escuchabas. La Fundación Tzedaká tiene dos pilares fundamentales: uno es la ayuda, tanto en alimento como en medicina y vivienda, pero otro, fundamental, es asesorarlos, ayudarlos a entender la problemática que tienen y a resolverla. Eso es muy difícil, tal vez más que darles de comer.
¿Cuándo fue el cambio en el enfoque?
Como tres o cuatro años después de empezar a trabajar en Tzedaká el Joint armó un grupo con el que viajamos a Cuba, éramos paraguayos, argentinos, uruguayos, algún brasileño… Fuimos a visitar a la comunidad en Cuba, que estaba empezando a resurgir a raíz de que el papa había visitado Cuba y Fidel Castro había permitido las religiones, entonces los judíos, que estaban escondidos, empezaron a salir. Unos años después llegamos nosotros y tomamos contacto con ellos en las sinagogas, tienen tres en La Habana, pero fuimos a visitarlos a las casas. En La Habana Vieja las casas se caen a pedazos, y los judíos vivían en una situación horrorosa, y ahí nos dimos cuenta de la necesidad de ser visitados. Cuando volvimos a Uruguay empezamos a ir a visitarlos.
Y una vez que empezaron lo confirmaste con el contacto humano.
Por supuesto. La primera vez que fuimos fue al barrio Maracaná, un asentamiento por Camino Cibils, que es muy complicado. Me acuerdo que a mí se me ocurrió comprar una bandejita de masitas, para ir con algo, pero yo no te puedo explicar la felicidad de esa gente de recibirnos y de contarnos su problema. Y cómo vivían, les chorreaba el agua por la pared y los cables de la luz colgando…
Y capaz que era gente que antes estaba en buena posición…
Sí, y ahí caído en problemas y había tenido que ir a vivir ahí. Es difícil sacarlos. Tienen problemas familiares, no es fácil, hay muchas familias monoparentales, muchas madres solas con hijos, hay casos de padres solos con hijos y madre ausente, hay de todo, encontrás de todo.
¿Te parece que sigue habiendo casos extremos o la labor de Tzedaká frenó lo más agudo?
Se frenó mucho, las condiciones del país ayudaron a que se frenara. Pero cuando una persona de 50 y tantos años queda sin trabajo, que es lo que sucedió en 2003, no se inserta nunca más, ningún empresario toma a una persona de 50 y tantos años, entonces necesita ser ayudada. Hubo mucha gente que entró en la fundación y fue ayudada y hay mucha gente que salió sola. Me acuerdo que una vez en una reunión que hicimos en Hilel vino un muchacho judío que hace de cómico y trabaja con algo de música, Confino, vino a hacer el audio del evento. Empezamos a hablar de la problemática que había y él me cuenta que él había sido beneficiario de Tzedaká durante un par de años pero había podido desarrollarse durante un par de años y salir. Le pedí que lo contara y le daba vergüenza, al final lo contó y la gente quedó impactada, fue increíble. Como él, que ha salido del sistema porque se fue arreglando, y ahora intenta ayudar, hay mucha gente que salió. Pero sigue habiendo mucho problema. Los problemas ahora se están dando más que nada con temas de tercera edad, porque hay gente que es crónica, que ya no sale del sistema. En Tzedaká en este momento, si bien tiene gente joven y madres con hijos y todo, te diría que el 60% de los beneficiarios son de tercera edad.
Hablamos de la solidaridad fuera de la colectividad.
Te golpean la puerta todo el tiempo y ayudás en todo lo que puedas. Hace unos días me llama un señor de una inmobiliaria de Maldonado, que tiene creo que diez chicos en una casa, que los sacaron de la calle y los están alimentando, que precisan una heladera. Bueno, les mandé una heladera. Pero eso es al final. El otro día me manda un mail una maestra de una escuela rural, que precisa un lavarropa, se lo mandamos. Eso pasa todo el tiempo. Pero yo creo que el evento más importante y el que me dio más satisfacción, es ayudar a Los Pinos, que queda en el barrio Borro. Ellos vinieron a vernos hace varios años, son del Opus Dei, el director es Pablo Bartol y es numerario, que son célibes al igual que los sacerdotes, pero no son sacerdotes. Viven todos juntos. Este es un muchacho joven, de 40 y tantos años, que es numerario. Vino a verme un grupo que sabía que nosotros teníamos un terreno de seis hectáreas ahí, lo habíamos comprado hace muchos años para instalar la planta, pero después no lo hicimos, y nos pidieron que donáramos el terreno. Nos explicaron el proyecto que querían hacer en ese barrio, querían arreglar la casa vieja que había ahí, hacerle una ampliación y empezar a dar clases a chicos que no tenían posibilidades de educación ni de nada, clases de informática e industriales, para ayudarlos a salir de los asentamientos de la zona. Yo dije que no les dono el terreno pero se lo voy a dar en comodato precario a 30 años, entonces lo usan sin problemas. Me dijeron que no podían porque ellos reciben contribuciones de Alemania y tiene que ser propiedad de ellos. Cuando me lo explicaron les dije que se lo vendía por un dólar, porque eso, desde un punto de vista notarial, es mejor que donarlo, para los registros.
Si ves lo que hicieron ahí, es absolutamente maravilloso. Incluso algunos chicos que se educaron ahí los tomamos para trabajar en industria, yo tengo una fábrica de caños… Han salvado vidas, porque esos chicos no tenían chance ninguna en ese barrio. Ese mismo grupo de gente, una derivación de ellos, hizo el Liceo Jubilar. Este muchacho, Bartol, cada vez que le hacen una nota me menciona. No está mal, convoca a que otra gente ayude.
Muy original que un judío haga algo así por el Opus Dei…Quien también está vinculado a Los Pinos, si no estoy confundida, es otro gran benefactor a quien quiero mucho, Alberto Taranto.
Así es. Con Alberto y su hijo Marcos se comunicaron unos años después. Y ello se ocuparon e hicieron allí una cantidad de obras.
Alberto tiene un gran sentido del humor, recuerdo sus historias sobre la sorpresa de muchos allí cuando se enteraban que era judío. Ya le habían ofrecido estampitas de la Virgen y ahí él explicó que es judío.
MOTOCICLO
¿Cuál es la historia detrás de la marca Motociclo tan conocida en Uruguay?
Nosotros éramos Casa Universal, que era Rozenblum y Rat, que era un tío mío, cuñado de mi padre, y eran socios. En el año 1962 esa sociedad se transformó en una sociedad anónima que se llamó Motociclo. El nombre lo puso mi tío, Alfredo Rat, porque vendía bicicletas y algún ciclomotor, motocicletas, por la derivación eligió el nombre. Así empezó Motociclo, en 1962, solamente con bicicletas y repuestos, después empezó a creer. La empresa tiene 86 años desde que la empezó mi padre.
Y uno de tus hijos trabaja contigo.
Mi tercer hijo, Fabián, está conmigo. Y a su vez dos hijos de él también están en la empresa.
Y, con lo familiero que sos, me imagino que eso da especial placer.
Sí, sin duda.
¿Dónde está el secreto de que Motociclo se haya convertido en lo que es hoy en Uruguay? ¿Es a fuerza de pulmón? Porque para los negocios también se necesita suerte, ¿no?
La suerte es el 5%, como en todo, es importante, pero lo demás es esfuerzo, dedicación, perseverancia, desarrollo. Y equivocarte. Yo tengo muchos cartelitos en la fábrica y en la oficina, tengo uno que dice: “Cuando perdés, no pierdas lo que aprendiste”. O sea, perdiste, pero no pierdas de aprender. Tengo muchos de esos cartelitos, otro dice: “El ayer ya fue, el mañana quién sabe si vendrá”, quiere decir que hay que vivir el hoy y el ahora.
PELOTEANDO CON EL NIETO
Tengo entendido que incidiste en tu nieto Marcel, exitoso y galardonado tenista, en el deporte que eligió…
Marcel tenía cuatro años, yo iba con él a jugar a la paleta en la playa y la gente se paraba a mirarlo porque tenía una motricidad impresionante. Yo iba a jugar al tenis, que siempre lo jugué, él venía conmigo desde chiquitito y después de que yo jugaba peloteábamos un rato largo, en la parte chica de la cancha. Después se embaló solo.
¿Sentís que tuviste algo que ver con sus logros?
No sabemos si tuvimos que ver, creo que sí, pero lo principal es que lo acompañamos muchísimo nosotros. Fuimos a los torneos cuando eran cerca, fuimos a los mundiales de Japón, prácticamente a todas las Copas David, creo que hubo una en México a la que no pudimos ir… Seguimos totalmente la carrera de él.
UNA VIDA JUNTOS
De todas estas vivencias, si te pones a escribir un libro, ¿qué es lo que no puede faltar?
Yo vuelvo siempre a la familia, las vivencias máximas son las de la familia, son con Mirta.
¿Cómo se conocieron?
Mirta —Nos conocimos cuando éramos muy jovencitos. En realidad una amiga mía trabajaba en el negocio de él, me dijo que la fuera a visitar. Ellos tenían la casa de bicicletas en el Centro, una chiquita…
Buby —No era Motociclo todavía.
Mirta —No, todavía no. Me dijo que la fuera a visitar, que había un muchacho que me iba a gustar. Fui a visitarla, me lo presentó, y a la semana tuvimos un cumpleaños en lo de una amiga al cual estábamos los dos invitados. Y ahí me sacó a bailar el último baile, porque se ve que no se animaba [Risas].
¿Y te cayó en gracia enseguida?
Mirta —Sí, enseguida me gustó.
Del otro lado ni pregunto.
Buby —Obvio.
Mirta —Éramos chicos, yo tenía 17 y él 19.
Buby —Nos casamos con 19 ella y 21 yo. El mes que viene cumplimos 55 años de casados. Increíble.
¿El amor va cambiando con el tiempo, ahora que van a cumplir 55 años juntos?
Buby —Va cambiando, se va afirmando cada vez más. Tenés un cariño potenciado. Somos grandes amigos, estamos muchísimo tiempo solos, viajamos mucho solos, tenemos cantidad de amigos que viajan en grupo, a veces también lo hacemos, pero viajamos muchísimo solos. De repente estamos un mes y medio solos, y la pasamos espectacular.
Mirta —O a veces salimos con toda la familia, que ya somos muchos.
Qué lindo eso de poder ir todos juntos.
Buby —Es maravilloso. Nosotros lo hemos hecho varias veces. No es fácil juntar a todos, acá en casa o en Punta del Este, sí, pero viajar todos es muy complicado, no es fácil.
Mirta —El año pasado viajamos con cuatro nietas grandes. Eso también es lindo.
Buby —Creo que lo que entendemos es que lo único que te vas a llevar de este mundo son las vivencias, lo demás va a quedar, todo, entonces tenemos que tener todas las vivencias que podamos.